Mucho se está hablando de los animales y las epidemias. Y es cierto, la mayoría de las epidemias virales emergentes se originan en animales, y pasan al humano, en lo que se llama una transmisión “zoonótica”. Los humanos somos el blanco perfecto para epidemias, patógenos y parásitos. Somos muchos, móviles, y vivimos en grandes concentraciones. Como describe el zoólogo, Russel Mittermeier, somos el “mercado de carne” para ellos. 

Es importante darse cuenta de que el riesgo no solo está en la fauna silvestre, como algunos medios sugieren. Más peligrosos pueden llegar a ser los animales domésticos y los domesticados, incluyendo a los más cercanos a nosotros. Cerdos, vacas, pollos, salmones, perros y gatos son, de lejos, los animales más abundantes en el planeta (el 60% de la biomasa animal). No sorprende que ya hemos tenido brotes epidémicos que provienen de ellos, como la fiebre porcina, la influenza aviar y las vacas locas, entre otras. Nuestra obsesión con el consumo de carne tiene sus consecuencias.

Pero lo curioso es que de todas las especies de animales (excluyendo a insectos y otros invertebrados), nuestra atención en cuanto a la zoonosis se ha centrado en un grupo de ellos: los murciélagos. Aparte de que la COVID-19 pueda haber pasado de un murciélago a los humanos (quizá con los pangolines como intermediarios), estos animales nunca han estado en nuestra lista de favoritos, como los pandas, las tortugas marinas y las ballenas. Les tenemos miedo y, en general, un rechazo y actitud prejuiciosa. A tal punto que, a propósito de la epidemia actual, gente en Cajamarca prendió fuego en cuevas para exterminarlos. ¿Por qué nos la hemos “agarrado” con este grupo de animales, cuando más bien deberíamos protegerlos y elogiarlos?

Artibeus phaeotis. foto: Adrian Forsyth

Presumo que hay varios factores, entre ellos sus hábitos “en la oscuridad”, su apariencia y, quizá más que nada, su asociación con la rabia. Los murciélagos son mayormente nocturnos, principalmente porque están ocupando el nicho ecológico que las aves llenan de día, y por la seguridad que ésta les ofrece. Para muchos, su apariencia es horrible. Tanto Atahualpa y yo discreparíamos de ello (se dice que el Inca vestía elegantes capas hechas de pieles de murciélago). Habiendo manipulado murciélagos y vampiros en mi vida de biólogo, debo decir que no los considero feos en lo absoluto. Los hay chiquitos, otros amarillos y hasta blancos como la nieve. Su pelaje es muy fino y la textura de sus alas es similar a un látex. He capturado madres en vuelo llevando a las crías pegadas a sus pezones y es la cosa más linda del mundo. Cosa de gustos.

Más que nada, los murciélagos son animales fascinantes en su ecología y la diversidad de adaptaciones que muestran. Algunos migran entre continentes y otros hibernan. Los hay los que comen insectos, frutas, semillas, néctar, peces y hasta cazadores de otros animales. Las funciones ecológicas que ejercen son inmensas, como polinizadores, dispersores de semillas, controladores biológicos de insectos, entre otras. Un estudio en los Estados Unidos calcula su contribución económica a la agricultura en 50 mil millones de dólares anuales, sin contar con los que se ahorra en pesticidas. Sin los murciélagos, no tendríamos plátanos ni mangos en nuestra mesa.

Los murciélagos son portadores del virus de la rabia, pero no son los únicos. Hay una larga lista que incluye a mapaches y zorros, incluso con mucho mayor frecuencia. Estos portadores pasan el virus a otros animales que actúan como transmisores, incluyendo a perros y gatos, convirtiéndose estos últimos en los principales transmisores a los humanos. Muy pocos de los murciélagos o vampiros tienen el virus de la rabia. Yo, como miles de peruanos (principalmente en la Amazonía), hemos sido mordidos por vampiros, sin la menor consecuencia. Muy rara vez se reportan casos de rabia, pero cuando aparecen, son generalmente mortíferos. Es aquí donde la especialización alimenticia del vampiro –la única especie que se alimenta exclusivamente de sangre– los hace tristemente célebres.

Murciélagos descansando en tronco de río. Foto: F. Angulo

Pues si, los murciélagos son los portadores de varios tipos de virus potencialmente pandémicos, incluyendo la rabia, EBOLA, MERS, el SARS-CoV 1 y 2. ¿Hay algo es su fisiología, algo innato, que haga a los murciélagos proclives a ser portadores de virus peligrosos? Según un estudio recientemente publicado en la prestigiosa revista científica PNAS, la respuesta es un categórico ¡NO! Es más un tema de números y proporciones. Con más de 1,200 especies, los “quirópteros”, llamado así el Orden taxonómico de los murciélagos, son el segundo grupo con la mayor diversidad de especies entre los mamíferos del reino animal, después de los roedores (que incluye a los ratones y cuyes). La frecuencia de aparición de virus malignos es directamente proporcional al número de especies del grupo taxonómico. O sea, los roedores tienen más de ellos que los murciélagos, y estos, más que otros tipos de mamíferos.

Viendo a los murciélagos en todo este contexto, no solo debemos exculparlos, sino también protegerlos. Hay que pensar más bien que la zoonótica se manifiesta cuando nos entrometemos con animales silvestres, y que por ningún motivo el “murciélago herradura” de China, presunto transmisor del SARS-CoV-2, quería ser la cena de nadie. La solución es dejar a los animales silvestres haciendo lo suyo, y así estaremos bien. Así que, para el ‘5 de mayo’, levante una copa de tequila (hecho del agave, también polinizado por ellos) y brinde con agradecimiento. ¡Que vivan los murciélagos!


(Foto abridora: ANDREW WHITWORTH)